domingo, 21 de diciembre de 2008

CREPÚSCULO.

Hay tres cosas de las que estoy completamente segura.
-Primera, Edward es un vampiro.
-Segunda, una parte de él se muere por beber mi sangre.
-Y tercera, estoy total y perdidamente enamorada de él.

CREPÚSCULO - STEPHANIE MEYER

jueves, 2 de octubre de 2008

-

Yo te quiero, no te imaginás cuánto, pero me confundís. Tampoco imaginás lo que causas en mi, es una mezcla de sentimientos, algunos buenos y otros no tanto, pero sentimientos al fin; y que sólo vos provocás.
Por momentos te necesito demasiado, te extraño de tal manera que no puedo explicarlo porque no me entiendo ni a mi misma cuando eso pasa; y por momentos te quiero lejos, por lo mismo de antes, me causas una confusión enorme.
Hay sensaciones que nunca se van a borrar de mi: tus abrazos, la forma en que me mirabas y me agarrabas las manos, tus besos, como me hacías latir el corazón...esas cosas tan tuyas; y que ¿desgraciadamente? me gustan TANTO.
Necesito saber qué me pasa, por qué me siento así ahora que está pasando lo que tanto esperé, necesito que me entiendas y que me perdones si te hago mal sin darme cuenta o te confundo; pero sobre todo necesito que me entiendas.
En fin, lo único que trato de decir con todo esto es sólo algo: te necesito conmigo, te necesito demasiado.

domingo, 28 de septiembre de 2008

ANTELACIÓN DEL AMOR

Ni la intimidad de tu frente clara como una fiesta,
ni la privanza de tu cuerpo, aún misterioso y tácito y de niña,
ni la sucesión de tu vida situándose en palabras o acallamiento
serán favor tan persuasivo de ideas
como el mirar tu sueño implicado
en la vigilia de mis ávidos brazos.
Virgen milagrosamente otra vez por la virtud absolutoria del sueño,
quieta y resplandeciente como una dicha en la selección del recuerdo,
me darás esa orilla de tu vida que tú misma no tienes.
Arrojado a la quietud
divisaré esa playa última de tu ser
y te veré por vez primera quizás como Dios ha de verte,
desbaratada la ficción del tiempo
sin el amor, sin mí.


ANTELACIÓN DEL AMOR - JORGE LUIS BORGES


martes, 23 de septiembre de 2008

"...en todo caso, había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío".

miércoles, 17 de septiembre de 2008

HISTORIA DEL QUE PADECÍA LOS DOS MALES

En la calle Caracas vivía un hombre que amaba a una rubia, pero ella lo despreciaba enteramente.
Unas cuadras más abajo dos morochas se morían por el hombre y se le ofrecían ante su puerta. Él las rechazaba honestamente.
El amor depara dos máximas adversidades de opuesto signo: amar a quien no nos ama y ser amados por quien no podemos amar.
El hombre de la calle Caracas padeció ambas desgracias al mismo tiempo y murió una mañana ante el llanto de las morochas y la indiferencia de la rubia.


CRÓNICAS DEL ÁNGEL GRIS - ALEJANDRO DOLINA

domingo, 14 de septiembre de 2008

ELEGÍA

(En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé, con quien tanto quería.)

Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.
Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.
Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos

y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.
Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.
A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero de alma, compañero.

VIENTO DEL PUEBLO - MIGUEL HERNÁNDEZ

viernes, 12 de septiembre de 2008

EL CORAZÓN DELATOR

¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. ¿Pero por qué afirman ustedes que estoy loco? La enfermedad había agudizado mis sentidos, en vez de destruirlos o embotarlos. Y mi oído era el más agudo de todos. Oía todo lo que puede oírse en la tierra y en el cielo. Muchas cosas oí en el infierno. ¿Cómo puedo estar loco, entonces? Escuchen... y observen con cuánta cordura, con cuánta tranquilidad les cuento mi historia.
Me es imposible decir cómo aquella idea me entró en la cabeza por primera vez; pero, una vez concebida, me acosó noche y día. Yo no perseguía ningún propósito. Ni tampoco estaba colérico. Quería mucho al viejo. Jamás me había hecho nada malo. Jamás me insultó. Su dinero no me interesaba. Me parece que fue su ojo. ¡Sí, eso fue! Tenía un ojo semejante al de un buitre... Un ojo celeste, y velado por una tela. Cada vez que lo clavaba en mí se me helaba la sangre. Y así, poco a poco, muy gradualmente, me fui decidiendo a matar al viejo y librarme de aquel ojo para siempre.
Presten atención ahora. Ustedes me toman por loco. Pero los locos no saben nada. En cambio... ¡Si hubieran podido verme! ¡Si hubieran podido ver con qué habilidad procedí! ¡Con qué cuidado... con qué previsión... con qué disimulo me puse a la obra! Jamás fui más amable con el viejo que la semana antes de matarlo. Todas las noches, hacia las doce, hacía yo girar el picaporte de su puerta y la abría... ¡oh, tan suavemente! Y entonces, cuando la abertura era lo bastante grande para pasar la cabeza, levantaba una linterna sorda, cerrada, completamente cerrada, de manera que no se viera ninguna luz, y tras ella pasaba la cabeza. ¡Oh, ustedes se hubieran reído al ver cuán astutamente pasaba la cabeza! La movía lentamente... muy, muy lentamente, a fin de no perturbar el sueño del viejo. Me llevaba una hora entera introducir completamente la cabeza por la abertura de la puerta, hasta verlo tendido en su cama. ¿Eh? ¿Es que un loco hubiera sido tan prudente como yo? Y entonces, cuando tenía la cabeza completamente dentro del cuarto, abría la linterna cautelosamente... ¡oh, tan cautelosamente! Sí, cautelosamente iba abriendo la linterna (pues crujían las bisagras), la iba abriendo lo suficiente para que un solo rayo de luz cayera sobre el ojo de buitre. Y esto lo hice durante siete largas noches... cada noche, a las doce... pero siempre encontré el ojo cerrado, y por eso me era imposible cumplir mi obra, porque no era el viejo quien me irritaba, sino el mal de ojo. Y por la mañana, apenas iniciado el día, entraba sin miedo en su habitación y le hablaba resueltamente, llamándolo por su nombre con voz cordial y preguntándole cómo había pasado la noche. Ya ven ustedes que tendría que haber sido un viejo muy astuto para sospechar que todas las noches, justamente a las doce, iba yo a mirarlo mientras dormía.
Al llegar la octava noche, procedí con mayor cautela que de costumbre al abrir la puerta. El minutero de un reloj se mueve con más rapidez de lo que se movía mi mano. Jamás, antes de aquella noche, había sentido el alcance de mis facultades, de mi sagacidad. Apenas lograba contener mi impresión de triunfo. ¡Pensar que estaba ahí, abriendo poco a poco la puerta, y que él ni siquiera soñaba con mis secretas intenciones o pensamientos! Me reí entre dientes ante esta idea, y quizá me oyó, porque lo sentí moverse repentinamente en la cama, como si se sobresaltara. Ustedes pensarán que me eché hacia atrás... pero no. Su cuarto estaba tan negro como la pez, ya que el viejo cerraba completamente las persianas por miedo a los ladrones; yo sabía que le era imposible distinguir la abertura de la puerta, y seguí empujando suavemente, suavemente.
Había ya pasado la cabeza y me disponía a abrir la linterna, cuando mi pulgar resbaló en el cierre metálico y el viejo se enderezó en el lecho, gritando:
-¿Quién está ahí?
Permanecí inmóvil, sin decir palabra. Durante una hora entera no moví un solo músculo, y en todo ese tiempo no oí que volviera a tenderse en la cama. Seguía sentado, escuchando... tal como yo lo había hecho, noche tras noche, mientras escuchaba en la pared los taladros cuyo sonido anuncia la muerte.
Oí de pronto un leve quejido, y supe que era el quejido que nace del terror. No expresaba dolor o pena... ¡oh, no! Era el ahogado sonido que brota del fondo del alma cuando el espanto la sobrecoge. Bien conocía yo ese sonido. Muchas noches, justamente a las doce, cuando el mundo entero dormía, surgió de mi pecho, ahondando con su espantoso eco los terrores que me enloquecían. Repito que lo conocía bien. Comprendí lo que estaba sintiendo el viejo y le tuve lástima, aunque me reía en el fondo de mi corazón. Comprendí que había estado despierto desde el primer leve ruido, cuando se movió en la cama. Había tratado de decirse que aquel ruido no era nada, pero sin conseguirlo. Pensaba: "No es más que el viento en la chimenea... o un grillo que chirrió una sola vez". Sí, había tratado de darse ánimo con esas suposiciones, pero todo era en vano. Todo era en vano, porque la Muerte se había aproximado a él, deslizándose furtiva, y envolvía a su víctima. Y la fúnebre influencia de aquella sombra imperceptible era la que lo movía a sentir -aunque no podía verla ni oírla-, a sentir la presencia de mi cabeza dentro de la habitación.
Después de haber esperado largo tiempo, con toda paciencia, sin oír que volviera a acostarse, resolví abrir una pequeña, una pequeñísima ranura en la linterna.
Así lo hice -no pueden imaginarse ustedes con qué cuidado, con qué inmenso cuidado-, hasta que un fino rayo de luz, semejante al hilo de la araña, brotó de la ranura y cayó de lleno sobre el ojo de buitre.
Estaba abierto, abierto de par en par... y yo empecé a enfurecerme mientras lo miraba. Lo vi con toda claridad, de un azul apagado y con aquella horrible tela que me helaba hasta el tuétano. Pero no podía ver nada de la cara o del cuerpo del viejo, pues, como movido por un instinto, había orientado el haz de luz exactamente hacia el punto maldito.
¿No les he dicho ya que lo que toman erradamente por locura es sólo una excesiva agudeza de los sentidos? En aquel momento llegó a mis oídos un resonar apagado y presuroso, como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Aquel sonido también me era familiar. Era el latir del corazón del viejo. Aumentó aún más mi furia, tal como el redoblar de un tambor estimula el coraje de un soldado.
Pero, incluso entonces, me contuve y seguí callado. Apenas si respiraba. Sostenía la linterna de modo que no se moviera, tratando de mantener con toda la firmeza posible el haz de luz sobre el ojo. Entretanto, el infernal latir del corazón iba en aumento. Se hacía cada vez más rápido, cada vez más fuerte, momento a momento. El espanto del viejo tenía que ser terrible. ¡Cada vez más fuerte, más fuerte! ¿Me siguen ustedes con atención? Les he dicho que soy nervioso. Sí, lo soy. Y ahora, a medianoche, en el terrible silencio de aquella antigua casa, un resonar tan extraño como aquél me llenó de un horror incontrolable. Sin embargo, me contuve todavía algunos minutos y permanecí inmóvil. ¡Pero el latido crecía cada vez más fuerte, más fuerte! Me pareció que aquel corazón iba a estallar. Y una nueva ansiedad se apoderó de mí... ¡Algún vecino podía escuchar aquel sonido! ¡La hora del viejo había sonado! Lanzando un alarido, abrí del todo la linterna y me precipité en la habitación. El viejo clamó una vez... nada más que una vez. Me bastó un segundo para arrojarlo al suelo y echarle encima el pesado colchón. Sonreí alegremente al ver lo fácil que me había resultado todo. Pero, durante varios minutos, el corazón siguió latiendo con un sonido ahogado. Claro que no me preocupaba, pues nadie podría escucharlo a través de las paredes. Cesó, por fin, de latir. El viejo había muerto. Levanté el colchón y examiné el cadáver. Sí, estaba muerto, completamente muerto. Apoyé la mano sobre el corazón y la mantuve así largo tiempo. No se sentía el menor latido. El viejo estaba bien muerto. Su ojo no volvería a molestarme.
Si ustedes continúan tomándome por loco dejarán de hacerlo cuando les describa las astutas precauciones que adopté para esconder el cadáver. La noche avanzaba, mientras yo cumplía mi trabajo con rapidez, pero en silencio. Ante todo descuarticé el cadáver. Le corté la cabeza, brazos y piernas.
Levanté luego tres planchas del piso de la habitación y escondí los restos en el hueco. Volví a colocar los tablones con tanta habilidad que ningún ojo humano -ni siquiera el suyo- hubiera podido advertir la menor diferencia. No había nada que lavar... ninguna mancha... ningún rastro de sangre. Yo era demasiado precavido para eso. Una cuba había recogido todo... ¡ja, ja!
Cuando hube terminado mi tarea eran las cuatro de la madrugada, pero seguía tan oscuro como a medianoche. En momentos en que se oían las campanadas de la hora, golpearon a la puerta de la calle. Acudí a abrir con toda tranquilidad, pues ¿qué podía temer ahora?
Hallé a tres caballeros, que se presentaron muy civilmente como oficiales de policía. Durante la noche, un vecino había escuchado un alarido, por lo cual se sospechaba la posibilidad de algún atentado. Al recibir este informe en el puesto de policía, habían comisionado a los tres agentes para que registraran el lugar.
Sonreí, pues... ¿qué tenía que temer? Di la bienvenida a los oficiales y les expliqué que yo había lanzado aquel grito durante una pesadilla. Les hice saber que el viejo se había ausentado a la campaña. Llevé a los visitantes a recorrer la casa y los invité a que revisaran, a que revisaran bien. Finalmente, acabé conduciéndolos a la habitación del muerto. Les mostré sus caudales intactos y cómo cada cosa se hallaba en su lugar. En el entusiasmo de mis confidencias traje sillas a la habitación y pedí a los tres caballeros que descansaran allí de su fatiga, mientras yo mismo, con la audacia de mi perfecto triunfo, colocaba mi silla en el exacto punto bajo el cual reposaba el cadáver de mi víctima.
Los oficiales se sentían satisfechos. Mis modales los habían convencido. Por mi parte, me hallaba perfectamente cómodo. Sentáronse y hablaron de cosas comunes, mientras yo les contestaba con animación. Mas, al cabo de un rato, empecé a notar que me ponía pálido y deseé que se marcharan. Me dolía la cabeza y creía percibir un zumbido en los oídos; pero los policías continuaban sentados y charlando. El zumbido se hizo más intenso; seguía resonando y era cada vez más intenso. Hablé en voz muy alta para librarme de esa sensación, pero continuaba lo mismo y se iba haciendo cada vez más clara... hasta que, al fin, me di cuenta de que aquel sonido no se producía dentro de mis oídos.
Sin duda, debí de ponerme muy pálido, pero seguí hablando con creciente soltura y levantando mucho la voz. Empero, el sonido aumentaba... ¿y que podía hacer yo? Era un resonar apagado y presuroso..., un sonido como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Yo jadeaba, tratando de recobrar el aliento, y, sin embargo, los policías no habían oído nada. Hablé con mayor rapidez, con vehemencia, pero el sonido crecía continuamente. Me puse en pie y discutí sobre insignificancias en voz muy alta y con violentas gesticulaciones; pero el sonido crecía continuamente. ¿Por qué no se iban? Anduve de un lado a otro, a grandes pasos, como si las observaciones de aquellos hombres me enfurecieran; pero el sonido crecía continuamente. ¡Oh, Dios! ¿Qué podía hacer yo? Lancé espumarajos de rabia... maldije... juré... Balanceando la silla sobre la cual me había sentado, raspé con ella las tablas del piso, pero el sonido sobrepujaba todos los otros y crecía sin cesar. ¡Más alto... más alto... más alto! Y entretanto los hombres seguían charlando plácidamente y sonriendo. ¿Era posible que no oyeran? ¡Santo Dios! ¡No, no! ¡Claro que oían y que sospechaban! ¡Sabían... y se estaban burlando de mi horror! ¡Sí, así lo pensé y así lo pienso hoy! ¡Pero cualquier cosa era preferible a aquella agonía! ¡Cualquier cosa sería más tolerable que aquel escarnio! ¡No podía soportar más tiempo sus sonrisas hipócritas! ¡Sentí que tenía que gritar o morir, y entonces... otra vez... escuchen... más fuerte... más fuerte... más fuerte... más fuerte!
-¡Basta ya de fingir, malvados! -aullé-. ¡Confieso que lo maté! ¡Levanten esos tablones! ¡Ahí... ahí! ¡Donde está latiendo su horrible corazón!
EL CORAZÓN DELATOR - EDGAR ALLAN POE

jueves, 11 de septiembre de 2008

VIAJE OLVIDADO


[...]
Hasta que un día jugando en el cuarto de estudio, la hija del chauffeur francés le dijo con palabras atroces llenas de sangre: "Los chicos que nacen no vienen de París" y mirando a todos lados para ver si las puertas escuchaban dijo despacito, más fuerte que si hubiera sido fuerte: "Los chicos están dentro de las barrigas de las madres y cuando nacen salen del ombligo", y no sé que otras palabras oscuras como pecados habían brotado de la boca de Germaine, que ni siquiera palideció al decirlas.
Entonces empezaron a nacer chicos por todas partes. Nunca habían nacido tantos chicos en la familia. Las mujeres llevaban enormes globos en las barrigas y cada vez que las personas grandes hablaban de algún bebito recién nacido, un fuego intenso se le derramaba por toda la cara, y le hacía agachar la cabeza buscando lago en el suelo, un anillo, un pañuelo que no se había caído. Y todos los ojos se tornaban hacia ella como faroles iluminando se vergüenza.
Una mañana, recién salida del baño, mirando la flor del desagüe mientras la niñera la secaba envolviéndola en la toalla, le confió a Micaela su horrible secreto, riéndose. La niñera se enojó mucho y volvió a asegurarle que los bebés venían de París. Sintió un pequeño alivio.
Pero cuando la noche llegaba, una angustia mezclada con los los ruidos de la calle subía por todo su cuerpo. No podía dormirse de noche aunque su mamá la besara muchas veces antes de irse al teatro. Los besos se habían desvirtuado.
Y fue después de muchos días y de muchas horas largas y negras en el reloj enorme de la cocina, en los corredores desiertos de la casa, detrás de las puertas llenas de personas grandes secreteándose, cuando su madre la sentó sobre sus faldas en su cuarto de vestir y le dijo que los chicos no venían de París. Le habló de flores, le habló de pájaros; y todo eso se mezclaba a los secretos horribles de Germaine. Pero ella sostuvo desesperadamente que los chicos venían de París.
Un momento después, cuando su madre dijo que iba a abrir la ventana y la abrió, el rostro de su madre había cambiado totalmente debajo del sombrero con plumas: era una señora que estaba de visita en su casa. La ventana quedaba más cerrada que antes, y cuando dijo su madre que el sol estaba lindísimo, vio el cielo negro de la noche donde no cantaba un solo pájaro.


VIAJE OLVIDADO - SILVINA OCAMPO


miércoles, 10 de septiembre de 2008

BALADA DE LA PRIMERA NOVIA

El poeta Jorge Allen tuvo su primera novia a la edad de doce años. Guarden las personas mayores sus sonrisas condescendientes. Porque en la vida de un hombre hay pocas cosas más serias que su amor inaugural.
Por cierto, los mercaderes, los Refutadores de Leyendas y los aplicadores de inyecciones parecen opinar en forma diferente y resaltan en sus discursos la importancia del automóvil, la higiene, las tarjetas de crédito y las comunicaciones instantáneas. El pensamiento de estas gentes no debe preocuparnos. Después de todo han venido al mundo con propósitos tan diferentes de los nuestros, que casi es imposible que nos molesten.
Ocupémonos de la novia de Allen. Su nombre se ha perdido para nosotros, no lejos de Patricia o Pamela. Fue tal vez morocha y linda.
El poeta niño la quiso con gravedad y temor. No tenía entonces el cínico aplomo que da el demasiado trato con las mujeres. Tampoco tenía -ni tuvo nunca- la audacia guaranga de los papanatas.
Las manifestaciones visibles de aquel romance fueron modestas. Allen creía recordar una mano tierna sobre su mentón, una blanca vecindad frente a un libro de lectura y una frase, tan solo una: "Me gustás vos." En algún recreo perdió su amor y más tarde su rastro.
Después de una triste fiestita de fin de curso, ya no volvió a verla ni a tener noticias de ella.
Sin embargo siguió queriéndola a lo largo de sus años. Jorge Allen se hizo hombre y vivió formidables gestas amorosas. Pero jamás dejó de llorar por la morocha ausente.
La noche en que cumplía treinta y tres años, el poeta supo que había llegado el momento de ir a buscarla.
Aquí conviene decir que la aventura de la Primera Novia es un mito que aparece en muchísimos relatos del barrio de Flores. Los racionalistas y los psicólogos tejen previsibles metáforas y alegorías resobadas. De ellas surge un estado de incredulidad que no es el más recomendable para emocionarse por un amor perdido.
A falta de mejor ocurrencia, Allen merodeó la antigua casa de la muchacha, en un barrio donde nadie la recordaba. Después consultó la guía telefónica y los padrones electorales. Miró fijamente a las mujeres de su edad y también a las niñas de doce años. Pero no sucedió nada.
Entonces pidió socorro a sus amigos, los Hombres Sensibles de Flores. Por suerte, estos espíritus tan proclives al macaneo metafísico tenían una noción sonante y contante de la ayuda.
Jamás alcanzaron a comprender a quienes sostienen que escuchar las ajenas lamentaciones es ya un servicio abnegado. Nada de apoyos morales ni palabras de aliento. Llegado el caso, los muchachos del Ángel Gris actuaban directamente sobre la circunstancia adversa: convencían a mujeres tercas, amenazaban a los tramposos, revocaban injusticias, luchaban contra el mal, detenían el tiempo, abolían la muerte.
Así, ahorrándose inútiles consejos, con el mayor entusiasmo buscaron junto al poeta a la Primera Novia.
El caso no era fácil. Allen no poseía ningún dato prometedor. Y para colmo anunció un hecho inquietante:
- Ella fue mi primera novia, pero no estoy seguro de haber sido su primer novio.
- Esto complica las cosas -dijo Manuel Mandeb, el polígrafo-. Las mujeres recuerdan al primer novio, pero difícilmente al tercero o al quinto.
El músico Ives Castagnino declaró que para una mujer de verdad, todos los novios son el primero, especialmente cuando tienen carácter fuerte. Resueltas las objeciones leguleyas, los amigos resolvieron visitar a Celia, la vieja bruja de la calle Gavilán. En realidad, Allen debió ser llevado a la rastra, pues era hombre temeroso de los hechizos.
- Usted tiene una gran pena -gritó la adivina apenas lo vió.
- Ya lo sé señora... dígame algo que yo no sepa...
- Tendrá grandes dificultades en el futuro...
- También lo sé...
- Le espera una gran desgracia...
- Como a todos, señora...
- Tal vez viaje...
- O tal vez no...
- Una mujer lo espera...
- Ahí me va gustando... ¿Dónde está esa mujer?
- Lejos, muy lejos... En el patio de un colegio. Un patio de baldosas grises.
- Siga... con eso no me alcanza.
- Veo un hombre que canta lo que otros le mandan cantar. Ese hombre sabe algo... Veo también una casa humilde con pilares rosados.
- ¿Qué más?
- Nada más... Cuanto más yo le diga, menos podrá usted encontrarla. Váyase. Pero antes pague.
Los meses que siguieron fueron infructuosos. Algunas mujeres de la barriada se enteraron de la búsqueda y fingieron ser la Primera Novia para seducir al poeta. En ocasiones Mandeb, Castagnino y el ruso Salzman simularon ser Allen para abusar de las novias falsas.
Los viejos compañeros del colegio no tardaron en presentarse a reclamar evocaciones. Uno de ellos hizo una revelación brutal.
- La chica se llamaba Gómez. Fue mi Primera Novia
- ¡Mentira! -gritó Allen.
- ¿Por qué no? Pudo haber sido la Primera Novia de muchos.
Entre todos lo echaron a patadas.
Una tarde se presentó una rubia estupenda de ojos enormes y esforzados breteles. Resultó ser el segundo amor del poeta. Algunas semanas después apareció la sexta novia y luego la cuarta. Se supo entonces que Jorge Allen solía ocultar su pasado amoroso a todas las mujeres, de modo que cada una de ellas creía iniciar la serie.
A fines de ese año, Manuel Mandeb concibió con astucia la idea de organizar una fiesta de ex-alumnos de la escuela del poeta.
Hablaron con las autoridades, cursaron invitaciones, publicaron gacetillas en las revistas y en los diarios, pegaron carteles y compraron masas y canapés.
La reunión no estuvo mal. Hubo discursos, lágrimas, brindis y algún reencuentro emocionante. Pero la chica de apellido Gómez no concurrió.
Sin embargo, los Hombres Sensibles -que estaban allí en calidad de colados- no perdieron el tiempo y trataron de obtener datos entre los presentes.
El poeta conversó con Inés, compañera de banco de la morocha ausente.
- Gómez, claro -dijo la chica-. Estaba loca por Ferrari.
Allen no pudo soportarlo.
- Estaba loca por mí.
- No, no... Bueno, eran cosas de chicos.
Cosas de chicos. Nada menos. Amores sin cálculo, rencores sin piedad, traiciones sin remordimiento.
El petiso Cáceres declaró haberla visto una vez en Paso del Rey. Y alguien se la había cruzado en el tren que iba a Moreno.
Nada más.
Los muchachos del Ángel Gris fueron olvidando el asunto. Pero Allen no se resignaba. Inútilmente buscó en sus cajones algún papel subrepticio, alguna anotación reveladora. Encontró la foto oficial de sexto grado. Se descubrió a sí mismo con una sonrisa de zonzo. La morochita estaba lejos, en los arrabales de la imagen, ajena a cualquier drama.
- ¡Ay, si supieras que te he llorado....! Si supieras que me gustaría mostrarte mi hombría... Si supieras todo lo que aprendí desde aquel tiempo...
Una noche de verano, el poeta se aburría con Manuel Mandeb en una churrasquería de Caseros. Un payador mediocre complacía los pedidos de la gente.
- Al de la mesa del fondo le canto sinceramente...
De pronto Allen tuvo una inspiración.
- Ese hombre canta lo que otros le mandan cantar.
- Es el destino de los payadores de churrasquería.
- Celia, la adivina, dijo que un hombre así conocía a mi novia...
Mandeb copó la banca.
- Acérquese, amigo.
El payador se sentó en la mesa y aceptó una cerveza. Después de algunos vagos comentarios artísticos, el polígrafo fue al asunto.
- Se me hace que usted conoce a una amiga nuestra. Se apellida Gómez, y creo que vivía por Paso del Rey.
- Yo soy Gómez -dijo el cantor-. Y por esos barrios tengo una prima.
Después pulsó la guitarra, se levantó y abandonando la mesa se largó con una décima.
- Acá este amable señor
conoce una prima mía
que según creo vivía
en la calle Tronador.
Vaya mi canto mejor
con toda mi alma de artista
tal vez mi verso resista
pa' saludar a esta gente
y a mi prima, la del puente
sobre el Río Reconquista.
Durante los siguientes días los Hombres Sensibles de Flores recorrieron Paso del Rey en las vecindades del río Reconquista, buscando la calle Tronador y una casa humilde con pilares rosados. Una tarde fueron atacados por unos lugareños levantiscos y dos noches después cayeron presos por sospechosos. Para facilitarse la investigación decían vender sábanas. Salzman y Mandeb levantaron docenas de pedidos.
Finalmente, la tarde que Jorge Allen cumplía treinta y cuatro años, el poeta y Mandeb descubrieron la casa.
- Es aquí. Aquí están los pilares rosados.
Mandeb era un hombre demasiado agudo como para tener esperanzas.
- No me parece. Vámonos.
Pero Allen tocó el timbre. Su amigo permaneció cerca del cordón de la vereda.
- Aquí no es, rajemos.
Nuevo timbrazo. Al rato salió una mujer gorda, morochita, vencida, avejentada. Un gesto forastero le habitaba el entrecejo. La boca se le estaba haciendo cruel. Los años son pesados para algunas personas.
- Buenas tardes -dijo la voz que alguna vez había alegrado un patio de baldosas grises.
Pero no era suficiente. Ya la mujer estaba más cerca del desengaño que de la promesa.
Y allí, a su frente, Jorge Allen, más niño que nunca, mirando por encima del hombro de la Primera Novia, esperaba un milagro que no se producía.
- Busco a una compañera de colegio -dijo-. Soy Allen, sexto grado B, turno mañana. La chica se llamaba Gómez.
La mujer abrió los ojos y una niña de doce años sonrió dentro suyo. Se adelantó un paso y comenzó una risa amistosa con interjecciones evocativas. Rápido como el refucilo, en uno de los procedimientos más felices de su vida, Mandeb se adelantó.
- Nos han dicho que vive por aquí... Yo soy Manuel Mandeb, mucho gusto.
Y apretó la mano de la mujer con toda la fuerza de su alma, mientras le clavaba una mirada de súplica, de inteligencia o quizás de amenaza.
Tal vez inspirada por los ángeles que siempre cuidan a los chicos, ella comprendió.
- Encantada -murmuró-. Pero lamento no conocer a esa persona. Le habrán informado mal.
- Por un momento pensé que era usted -respiró Allen-. Le ruego que nos disculpe.
- Vamos -sonrió Mandeb-. La señora bien pudo haber sido tu alumna, viejo sinvergüenza...
Los dos amigos se fueron en silencio.
Esa noche Mandeb volvió solo a la casa de los pilares rosados. Ya frente a la mujer morocha le dijo:
- Quiero agradecerle lo que ha hecho....
- Lo siento mucho... No he tenido suerte, estoy avergonzada, míreme....
- No se aflija. Él la seguirá buscando eternamente.
Y ella contestó, tal vez llorando:
- Yo también.
- Algún día todos nos encontraremos. Buenas noches, señora.
Las aventuras verdaderamente grandes son aquellas que mejoran el alma de quien las vive. En ese único sentido es indispensable buscar a la Primera Novia. El hombre sabio deberá cuidar -eso sí- el detenerse a tiempo, antes de encontrarla.
El camino está lleno de hondas y entrañables tristezas. Jorge Allen siguió recorriéndolo hasta que él mismo se perdió en los barrios hostiles junto con todos los Hombres Sensibles.

CRÓNICAS DEL ÁNGEL GRIS - ALEJANDRO DOLINA

martes, 9 de septiembre de 2008

EL PRINCIPITO

CAPÍTULO XXI

En aquel momento apareció el zorro.
-Buenos días- dijo el zorro.
-Buenos días- respondió cortésmente el principito, que se dió la vuelta, pero no vió nada.
-Estoy aquí- dijo la voz-, bajo el manzano...
-¿Quién eres?- dijo el principito-. Eres muy bello...
-Soy un zorro- dijo el zorro.
-Ven a jugar conmigo- le propuso el principito-. Estoy tan triste...
-Yo no puedo jugar contigo- dijo el zorro-. No estoy domesticado.
-¡Ah! Perdón- dijo el principito.
Pero tras reflexionar un poco, añadió:
-¿Qué significa "domesticar"?
-Tú no eres de aquí- dijo el zorro-. ¿Qué buscas?
-Busco a los hombres- dijo el principito-. ¿Qué significa "domesticar"?
-Los hombres- dijo el zorro- tienen escopetas y cazan. ¡Es una lata! También crían gallinas. Es lo único que me interesa. ¿Buscas gallinas?
-No- dijo el principito-. Yo busco amigos. ¿Qué significa "domesticar"?
-Es algo que se ha olvidado demasiado- dijo el zorro-. Significa "crear lazos..."
-¿Crear lazos?
-Claro que sí- dijo el zorro-. Tú no eres para mí más que un niño muy parecido a cien mil niños. Y no tengo necesidad de ti. Y tú tampoco tienes necesidad de mí. Sólo soy para ti un zorro parecido a cien mil zorros. Pero, si tú me domesticas, seremos necesarios el uno para el otro. Tú serás para mí el único en el mundo. Yo seré para ti el único en el mundo...
-Empiezo a entender- dijo el principito-. Hay una flor... Creo que me ha domesticado...
-Es posible- dijo el zorro-. En la Tierra se ven tantas cosas...
-¡Oh! No es en la Tierra- dijo el principito.
El zorro pareció muy intrigado.
-¿En otro planeta?
-Sí.
-¿Hay cazadores en ese planeta?
-No.
-¡Qué interesante! ¿Y gallinas?
-No.
-Nada esperfecto- suspiró el zorro.
Pero el zorro retornó a su idea.
-Mi vida es monótona. Cazo gallinas, los hombres me cazan. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres se parecen. Así que me aburro un poco. Pero, si tú me domesticas, mi vida será como un día de sol. Conoceré un ruido de pasos que será diferente al de todos los demás. Los otros pasos hacen que me esconda bajo tierra. El tuyo me hará salir de la madriguera como una música. Y además, ¡mirá! ¿Ves allá abajo los campos de trigo? Yo no como pan. El trigo para mí es algo inútil. Los campos de trigo no me dicen nada. ¡Y eso es triste! Pero tú tienes los cabellos de color oro. ¡Será maravilloso cuando me hayas domesticado! El trigo, que es dorado, hará que me acuerde de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo...
El zorro se calló y miró un rato al principito:
-Por favor... ¡Domestícame!- dijo.
-De acuerdo- respondió el principito-, pero no tengo mucho tiempo. Tengo que hacer amigos y conocer muchas cosas.
-Sólo se conoce lo que se domestica- dijo el zorro. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer. Compran las cosas ya hechas a los comerciantes. Pero, como no existen comerciantes de amigos, l hombres ya no tienen amigos. Si tú quieres un amigo, ¡domestícame!
-¿Qué hay que hacer?- dijo el principito.
-Hay que tener mucha paciencia- respondió el zorro-. Primero te sentarás un poco alejado de mí, así, en la hierba. Yo te miraré con el rabillo del ojo y tú no dirás nada. El lenguaje es una fuente de malentendidos. Pero, día a día, podrás sentarte un poco más cerca...
Al día siguiente el principito volvió.
-Hubiera sido mucho mejor venir a la misma hora- dijo el zorro-. Por ejemplo, si vienes a las cuatro de la tarde, desde las tres empezaré a ser feliz. Según vaya acercándose la hora, yo me sentiré cada vez más feliz. Y ya a las cuatro en punto me sentiré nervioso e intranquilo, ¡descubriré el precio de la felicidad! Pero, si tú vienes a cualquier hora, jamás sabré cuándo deberé vestirme el corazón... Los ritos son necesarios.
-¿Qué es un rito?- dijo el principito.
-También es algo que se ha olvidado mucho- dijo el zorro-. Es lo que hace que un día sea diferente a los otros días y una hora a las otras horas. Por ejemplo, entre los cazadores hay un rito. Los jueves bailan con las mozas del pueblo. ¡Entonces el jueves es un día maravilloso! Yo puedo pasearme hasta la viña. Si los cazadores bailaran un día cualquiera, los días se parecerían y yo no tendría vacaciones.
Por lo tanto, el principito domesticó al zorro. Y, cuando se acercaba el momento de partir:
-¡Ah!- dijo el zorro-. Lloraré...
-Es culpa tuya- dijo el principito-, yo no te deseaba ningún mal, pero tú quisiste que te domesticara...
-Claro que sí- dijo el zorro.
-¡Pero vas a llorar!- dijo el principito.
-Claro que sí- dijo el zorro.
-¡Entonces no ganas nada con ello!
-Claro que gano- dijo el zorro-, por lo del color del trigo.
Luego añadió:
-Ve a contemplar las rosas. Comprenderás que la tuya es única en el mundo. Volverás a decirme adiós y te regalaré un secreto.
El principito se fue a ver a las rosas.
-Vosotras no os parecéis en nada a mi rosa, aún no sois nada- les dijo-. Nadie os ha domesticado y vosotras no habéis domesticado a nadie. Sois como era mi zorro. Era un zorro igual a cien mil otros. Pero yo le he hecho amigo mío y ahora es único en el mundo.
Las rosas se molestaron.
-Sois bellas, pero vacías- les siguió diciendo-. No existe nadie que muera por vosotras. Naturalmente un paseante cualquiera creería que mi rosa es igual que vosotras. Pero únicamente ella se siente más importante que todas vosotras, porque yo la he regado, porque la he cobijado bajo la campana, porque la he resguardado con el biombo, porque le he matado las orugas (salvo dos o tres para las mariposas), porque la he escuchado quejarseo presumir o incluso algunas veces callarse. Porque es mi rosa.
Y regresó donde estaba el zorro.
-Adiós- dijo...
-Adiós- dijo el zorro-. Éste es mi secreto. Es muy sencillo: sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.
-Lo esencial es invisible a los ojos- repitió el principito para memorizarlo.
-El tiempo que has perdido con tu rosa hace que ella sea tan importante.
-El tiempo que he perdido con mi rosa...- dijo el principito para memorizarlo.
-Los hombres se han olvidado esta verdad- dijo el zorro-. Pero tú no tienes que olvidarla. Siempre serás responsable de lo que has domesticado. Tú eres responsable de tu rosa...
-Yo soy responsable de mi rosa...- repitió el principito para memorizarlo.
EL PRINCIPITO - ANTOINE DE SAINT- EXUPÉRY


lunes, 8 de septiembre de 2008

HISTORIA DEL QUE ESPERO SIETE AÑOS

HISTORIA DEL QUE ESPERO SIETE AÑOS

Jorge Allen, el poeta, amaba a una joven pechugona de los barrios hostiles.
Según supo después, alcanzo a ser feliz. Una noche de junio, la chica resolvió abandonarlo.
- No te quiero más - le dijo.
Allen cometió entonces los peores pecados de su vida; suplicó, se humilló, escribió versos horrorosos y lloró en los rincones.
La pechugona se mantuvo firme y rubricó la maniobra entreverándose con un deportista reluciente.
El poeta recobró la dignidad y empleó su tiempo en amar sin esperanzas y en recordar el pasado. Su alma se retempló en el sufrimiento y se hizo cada vez más sabio y bondadoso. Muchas veces soñó con el regreso de la muchacha, aunque tuvo el buen tino de no esperar que tal sueño se cumpliera.
Más tarde supo que jamás habría en su vida algo mejor que aquel amor imposible.
Sin embargo, una noche de verano, siete años y siete meses después de su pronunciamiento, la pechugona apareció de nuevo.
Las lágrimas le corrían por el escote cuando le confesó al poeta:
- Otra vez te quiero.
Allen nunca pudo contar con claridad lo que sintió en aquellas horas.El caso es que volvió a su casa vacío y desengañado. Quiso llorar y no pudo. Nunca más volvió a ver a la pechugona. Y lo que es peor, nunca más, nunca más volvió a pensar en ella ni a soñar su regreso.


CRÓNICAS DEL ÁNGEL GRIS - ALEJANDRO DOLINA
-Tu crees que sea posible amar a dos personas a la vez?
-Yo...espero que todavía sea posible amar a una.

DIARIOS DE ADÁN Y EVA


DIARIOS DE ADÁN Y EVA
[...]
DESPUÉS DE LA CAÍDA
Cuando pienso en el pasado, el Jardín me parece un sueño.
Era hermoso, de una hermosura insuperable, encantadora; y ahora se ha perdido y no lo veré nunca más.
He perdido el Jardín, pero lo he encontrado a él, y estoy contenta. Me ama tanto como puede; yo lo amo con toda la fuerza de mi naturaleza apasionada y esto, creo, es lo propio de mi edad y de mi sexo. Si me pregunto por qué lo amo, me doy cuenta de que no lo sé, y realmente no me importa demasiado saberlo; por eso supongo que esta clase de amor no es un producto de la razón y de las estadísticas, como el amor que se siente por otros reptiles y animales. Creo que así debe ser. Amo a ciertos pájaros por su canto; pero no amo a Adán por la manera en que canta, no, no es eso: cuanto más canta menos me resigno. Sin embargo, fui yo la que le pidió que cantara, porque quiero aprender a gustar de todo lo que le interesa. Estoy segura de que puedo aprender, porque al principio no podía soportar su canto, pero ahora puedo. Es capaz de cortar la leche, pero no importa; puedo acostumbrarme a la leche cortada.
No es a causa de su inteligencia que lo amo; no, no es eso. No hay que culparlo por el estado de su inteligencia, porque él no se hizo a sí mismo; él es como Dios lo hizo y eso es bastante. Hubo un propósito sabio en ello, eso lo sé. De a poco se irá develando, aunque creo que no será repentino; además, no hay apuro, está bastante bien tal como es.
No es por sus modales graciosos y considerados ni por su delicadeza que lo amo. No, tiene defectos en la materia, pero está bastante bien así y está mejorando.
No es por su laboriosidad que lo amo; no, no es eso. Creo que la lleva dentro, pero no sé por qué me la oculta. Es mi única pena. En lo demás es franco y comunicativo conmigo, ahora. Estoy segura de que no me oculta nada, excepto eso. Me apena que guarde secretos conmigo y a veces pensar en eso me arruina mi sueño, pero lo alejaré de mi mente; no va a turbar mi felicidad que, por otra parte, está colmada.
No es por su educación que lo amo; no, no es eso. Es autodidacto y sabe realmente un montón de cosas; pero no son así como él las sabe.
No es por su caballerosidad que lo amo; no, no es eso. Me ha lastimado, pero no lo culpo. Es una peculiaridad de su sexo, pienso, y él no hizo su sexo. Por supuesto que yo no lo hubiese lastimado, antes muerta; pero eso también es una peculiaridad de mi sexo de la que no voy a sacar ventaja, porque yo no hice mi sexo.
Entonces, ¿por qué es que lo amo? Sencillamente porque es masculino, pienso.
En el fondo es bueno, y lo amo por eso, pero podría amarlo aún cuando no lo fuera. Si me golpeara y abusara de mí, seguiría amándolo. Lo sé. Es una cuestión de sexo, pienso.
Es fuerte y apuesto, y lo amo por eso, y lo admiro y estoy orgullosa de él, pero podría amarlo sin esas cualidades. Si fuese simple lo amaría; si estuviese estropeado lo amaría; y trabajaría por él, y sería esclava por él, y rogaría por él, y velaría junto a su cama hasta morir.
Sí, pienso que lo amo simplemente porque es mío y es masculino. No hay otra razón, supongo. Y por eso pienso que es como dije al principio: que esta clase de amor no es el resultado de la razón y de las estadísticas. Sólo llega –nadie sabe de dónde- y no se puede explicar. Y no necesita serlo.
Eso es lo que pienso. Pero sólo soy una chica, y la primera que ha analizado la cuestión, y puede ser que en mi ignorancia e inexperiencia no lo haya hecho bien.

CUARENTA AÑOS DESPUÉS
Es mi ruego, es mi deseo que podamos irnos de esta vida juntos: un deseo que nunca perecerá en la tierra, sino que encontrará un lugar en el corazón de toda esposa amante, hasta el fin de los tiempos, y que llevará mi nombre.
Pero si uno de nosotros debe irse primero, es mi ruego que sea yo; porque él es fuerte, yo soy débil, yo no soy necesaria para él como él lo es para mí: la vida sin él no sería vida; ¿cómo podría soportarla? Este ruego también es inmortal, y no cesará de ser elevado mientras mi raza continúe. Soy la primera esposa y en la última esposa repetiré.

EN LA TUMBA DE EVA
ADÁN: Dondequiera que ella estaba, allí era el Edén.
DIARIOS DE ADÁN Y EVA - MARK TWAIN

domingo, 7 de septiembre de 2008

AMOR 77

Y después de hacer todo lo que hacen,
se levantan, se bañan, se entalcan,

se perfuman, se peinan, se visten,
y así progresivamente van volviendo a ser lo que no son.

AMOR 77 - JULIO CORTÁZAR