[...]
La sobremesa pasó deprisa. Terminaron las clases y Edward me acompañó al coche, como de costumbre, pero esta vez me abrió la puerta del copiloto. Alice debía de haberse llevado su coche a casa para que él pudiera evitar que yo consiguiera escabullirme.
Crucé los brazos y no hice ademán de guarecerme de la lluvia.
- ¿Es mi cumpleaños y ni siquiera puedo conducir?
- Me comporto como si no fuera tu cumpleaños, tal y como tú querías.
- Pues si no es mi cumpleaños, no tengo que ir a tu casa esta noche...
- Muy bien - cerró la puerta del copiloto y pasó a mi lado para abrir la puerta del conductor -. Feliz cumpleaños.
- Calla - mascullé con poco entusiasmo. Entré por la puerta abierta, deseando que él hubiera optado por la otra posibilidad.
Mientras yo conducía, Edward jugueteó con la radio sin dejar de sacudir la cabeza con abierto descontento.
- Tu radio se oye fatal.
Puse cara de pocos amigos. No me gustaba que empezara a criticar el coche. Estaba muy bien y además tenía personalidad.
- ¿Quieres un estéreo que funcione bien? Pues conduce tu propio coche - los planes de Alice me ponían tan nerviosa que empeoraban mi estado de ánimo, ya de por sí sombrío, y las palabras me salieron con más brusquedad de la pretendida. Nunca exponía a Edward a mi mal genio, y el tono de mi voz le hizo apretar los labios para que no se le escapara una sonrisa.
Se volvió para tomar mi rostro entre sus manos cuando aparqué frente a la casa de Charlie. Me tocó con mucho cuidado, paseando las puntas de sus dedos por mis sienes, mis pómulos y la línea de la mandíbula. Como si yo fuera algo que pudiera romperse con facilidad. Lo cual era exactamente el caso, al menos en comparación con él.
- Deberías estar de un humor estupendo, hoy más que nunca - susurró. Su dulce aliento se deslizó por mi rostro.
- ¿Y si no quiero estar de buen humor? - pregunté con la respiración entrecortada.
Sus ojos dorados ardieron con pasión.
- Pues muy mal.
Empezaba a sentirme confusa cuando se inclinó sobre mí y apretó sus labios helados contra los míos. Tal como él prentendía, sin duda, olvidé todas mis preocupaciones, y me concentré en recordar como se inspiraba y espiraba.
Su boca se detuvo sobre la mía, fría, suave y dulce, hasta que deslicé mis brazos en torno a su cuello y me lancé a besarle con algo más que simple entusiasmo. Sentí como sus labios se curvaban hacia arriba cuando se apartó de mi cara y se alzó para deshacer mi abrazo.
Edward había establecido con cuidado los límites exactos de nuestro contacto físico a fin de mantenerme viva. Aunque yo respetaba la necesidad de guardar una distancia segura entre mi piel y sus dientes ponzoñosos y afilados como navajas, tendía a olvidar esas trivialidades cuando me besaba.
- Pórtate bien, por favor - suspiró contra mi mejilla. Presionó sus labios contra los míos una vez más y se apartó definitivamente de mí, obligándome a cruzar los brazos sobre mi estómago.
El pulso me atronaba los oídos. Me puse una mano en el corazón. Palpitaba enloquecido.
- ¿Crees que esto mejorará algún día? - me pregunté, más a mí que a él -. ¿Alguna vez conseguiré que el corazón deje de intentar saltar fuera de mi pecho cuando me tocas?
- La verdad, espero que no - respondió, un poco pagado de sí mismo.
Puse los ojos en blanco.
- Anda, vamos a ver cómo los Capuletos y los Montescos se destrozan unos a otros, ¿vale?
- Tus deseos son órdenes para mí.
Edward se repantingó en el sofá mientras que yo ponía la película, pasando rápido los créditos del principio. Me envolvió la cintura con sus brazos y me reclinó contra su pecho cuando me senté junto a él en el borde del sofá. No era exactamente tan cómodo como un cojín, pero yo lo prefería con diferencia. Su pecho era frío y duro, aunque perfecto, como una escultura de hielo. Tomó la manta de punto que descansaba, doblada, sobre el respaldo del sofá y me envolvió con ella para que no me congelara al contacto de su cuerpo.
- ¿Sabes?, Romeo no me cae nada bien - comentó cuando empezó la película.
- ¿Y qué le pasa a Romeo? - le pregunté, un poco molesta. Era uno de mis personajes de ficción favoritos. Creo que hasta estaba un poco enamorada de él hasta que conocí a Edward.
- Bien, en primer lugar, está enamorado de esa Rosalinda, ¿no te parece que es un poco voluble? Y luego, unos pocos minutos después de su boda, mata al primo de Julieta. No es precisamente un rasgo de brillantez. Acumula un error tras otro. ¿Habría alguna otra manera más completa de destruir su felicidad?
Suspiré.
- ¿Quieres que la vea yo sola?
- No, de todos modos, yo estaré mirándote a ti la mayor parte del rato - sus dedos se deslizaron por mi piel trazando formas, poniéndome la carne de gallina -. ¿Te vas a poner a llorar?
- Probablemente - admití -. Si estás pendiente de mí todo el rato.
- Entonces no te distraeré - pero sentí sus labios contra mi pelo y eso me distrajo bastante.
La película captó mi interés a ratos, gracias en buena parte a que Edward me susurraba los versos de Romeo al oído, con su irresistible voz aterciopelada, que convertía la del actor en un sonido débil y basto en comparación. Y claro que lloré, para su diversión, cuando Julieta se despierta y encuentra a su reciente esposo muerto.
- He de admitir que le tengo una especie de envidia - dijo Edward secándome las lágrimas con un mechón de mi propio pelo.
- Ella es muy guapa.
Él hizo un sonido de disgusto.
- No le envidio a la chica, sino a la facilidad para suicidarse - aclaró con tono de burla -. ¡Para vosotros, los humanos, es tan sencillo! Todo lo que tenéis que hacer es tragaros un pequeño vial de extractos de plantas...
- ¿Qué? - inquirí con un grito ahogado.
- Es algo que tuve que plantearme una vez, y sé por la experiencia de Carlisle que no es nada sencillo. Ni siquiera estoy seguro de cuántas maneras de matarse probó Carlisle al principio, cuando se dio cuenta de en qué se había convertido... - su voz, que se había tornado mucho más seria, se volvió ligera otra vez -. Y no cabe duda de que sigue con una salud excelente.
Me retorcí para poder leer su expresión.
- ¿De qué estás hablando? - quise saber -. ¿Qué quieres decir con eso de que tuviste que planteártelo una vez?
- La primavera pasada, cuando tú casi... casi te mataron... - hizo una pausa para inspirar profundamente, luchando por volver al tono socarrón de antes -. Claro que estaba concentrado en encontrarte con vida, pero una parte de mi mente estaba elaborando un plan de emergencia por si las cosas no salían bien. Y como te decía, no es tan fácil para mí como para un humano.
Los recuerdos de mi último viaje a Phoenix me embargaron y durante un segundo sentí cierto vértigo. Aún conservaba en mi memoria, con tal nitidez, el sol cegador y las oleadas de calor procedentes del asfalto mientras corría a toda prisa y con ansiedad al encuentro del sádico vampiro que quería torturarme hasta la muerte. James me esperaba en la habitación de los espejos con mi madre como rehén, o eso suponía yo. No supe hasta más tarde que todo era una treta. Lo que tampoco sabía James es que Edward se apresuraba a salvarme. Lo consiguió a tiempo, pero por muy poco. De manera inconsciente, mis dedos se deslizaron por la cicatriz en forma de media luna de mi mano, siempre a varios grados por debajo de la temperatura del resto de mi piel.
Sacudí la cabeza, como si con eso pudiera deshacerme de todos los malos recuerdos e intenté comprender lo que Edward quería decir, mientras sentía un incómodo peso en el estómago.
- ¿Un plan de emergencia? - repetí.
- Bueno, no estaba dispuesto a vivir sin ti - puso los ojos en blanco como si eso resultara algo evidente hasta para un niño -. Aunque no estaba seguro sobre cómo hacerlo. Tenía en claro que ni Emmett ni Jasper me ayudarían... , así que pensé que lo mejor sería marcharme a Italia y hacer algo que molestara a los Vulturius.
No quería creer que hablara enserio, pero sus ojos dorados brillaban de forma inquietante, fijos en algo lejano a la distancia, como si contemplara las formas de terminar con su propia vida. De pronto, me puse furiosa.
[...]
- De cualquier modo, lo mejor es no irritar a los Vulturius - continuó Edward, interrumpiendo mi ensoñación-. No a menos que desees morir, o lo que sea que nosotros hagamos - su voz sonaba tan tranquila que parecía casi aburrido con la perspectiva.
Mi ira se transformó en terror. Tomé su rostro marmóreo entre mis manos y se lo apreté fuerte.
- ¡Nunca, nunca vuelvas a pensar en eso otra vez! ¡No importa lo que me ocurra, no te permito que te hagas daño a ti mismo!
- No te volveré a poner en peligro jamás, así que eso es un punto indestructible.
- ¡Ponerme en peligro! ¿Pero no estábamos de acuerdo en que toda la mala suerte es cosa mía? - estaba enfadándome cada vez más -. ¿Cómo te atreves a pensar en esas cosas? - la idea de que Edward dejara de existir, incluso aunque yo estuviera muerta, me producía un dolor insoportable.
- ¿Qué harías tú si las cosas sucedieran a la inversa? - preguntó.
- No es lo mismo.
Él no parecía conocer la diferencia y se rió entre dientes.
- ¿Y qué pasa si te ocurre algo? - me puse pálida sólo de pensarlo -. ¿Querrías que me suicidara?
Un rastro de dolor surcó sus rasgos perfectos.
- Creo que veo un poco por dónde vas... sólo un poco - admitió -. Pero ¿qué haría sin ti?
- Cualquier cosa de las que hacías antes de que yo apareciera para complicarte la vida.
Suspiró.
- Tal como lo dices, suena fácil.
- Seguro que lo es. No soy tan interesante en realidad.
Parecía a punto de rebatirlo, pero lo dejó pasar.
- Eso es discutible - me recordó.
[...]
LUNA NUEVA - STEPHENIE MEYER
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